“Y retiemble en sus centros la tierra
“
“El engaño es la más constante
moneda de curso
que intercambiamos en el mundo entero,
con ella, identidad se adquiere;
Y al navegar, amparo se compra”.
Joel Cantú E.
Ensayo sobre la identidad
Por Elisa Gómez Vázquez
Para declararse mexicano, uno
debe serlo más que de nacimiento, de aculturación. No basta haber nacido aquí,
ni haberse nacionalizado, o ser hijo de mexicanos. El hijo de extranjeros que nace aquí pero nunca se quedó a vivir su nacionalidad,
puede adoptar otras idiosincrasias; el que se nacionaliza, tiene cierta posibilidad
de aculturarse, y con ello, adoptar las tradiciones, vicios y costumbres de
este país; el que es hijo de mexicanos y lo llevan lejos, hereda de sus padres
esto que traemos en el habla, en la cara y en el sentido del humor, y que nos
hace diferentes a todos los habitantes de este planeta.
Octavio Paz, en su ensayo
“Mascaras mexicanas” presenta sus reflexiones sobre las caretas que él y la
mexicana contemporáneos, usamos para ocultar o disimular la pureza de nuestro
sentir, pensar, actuar y devenir.
México, país con alma. Pero con
un alma atormentada por las tiranías prehispánicas, y el saqueo gachupín. País colorido, rebelde pero agachado; florido
pero pisoteado; folklórico pero contaminado: cósmico pero enmascarado; ortodoxo
pero permisivo.
Mexicano celoso de su intimidad,
rejego a la socialización abierta y confesa. Practicante de un lenguaje
tradicional colmado de metáforas, frases populares y albur. La cultura del
piropo y el chiste sexista. Las trampas
verbales e ingeniosas, combinaciones lingüísticas
que confunden y atrapan en una red.
Un modo de habla que estigmatiza,
colmado de denominaciones y títulos que
reflejan un carácter, en su literatura y
su folklor. Donde lo importante es
siempre herir al contrario. Ente social que reacciona por su preservación y
defensa.
Paz dice que los mexicanos nos
apropiamos de formas ajenas, amantes de la desnudez pero con hostilidad y
recelo. La frecuencia con la que usamos el sarcasmo, la ironía, la sátira es
una insistencia de ocultar mensajes. Y que no obstante, nos jugamos sucio a
nosotros mismos, nuestra espontaneidad se venga de la represión.
Mexicanos amantes de la forma
cerrada, verdugos de lo que se raja o se abre. Lo vemos en la reproducción artesanal, amante del orden,
obediente de ciertos principios. Perseguidor de la estabilidad y la seguridad,
servidores de esas máscaras.
Ser mexicano no siempre es un
orgullo, tenemos una larga cola varias veces pisoteada. Nos pisoteamos entre nosotros; el mexicano se
pisotea a sí mismo. La concepción de la vida es un sufrir, tanto hombres como
mujeres jugamos el apremiante juego de “la basurita”: donde nos tiramos para
que nos levanten, y si no nos levantan, mejor.
De ese hacernos las víctimas es
que toma sentido el “¡ya vine a
molestarte, comadrita!”, o el “mesero,
lo molesto con un vaso de agua…” el “ya
vine a darte lata”, el emplear insultos como pseudónimos o muestras de afecto. Simpatizamos con el otro
al jugar a hacer sentir al interlocutor una víctima. En qué problema metemos a
los traductores, sobre todo europeos u occidentales, cuando deben subtitular
cine mexicano o literatura contemporáneos.
En cuanto a la mujer. Es tema
aparte. Ella es una sufrida, imagen indirecta de su señor marido o padre.
Objeto sin voz, sin deseos propios, pecadora, sin voluntad. Mujer que espera y
desdeña. Piadosa, dura y estricta. De sexo
rajado, como dice Octavio Paz, maldito.
Mujeres mexicanas que niegan su
sexualidad, su cuerpo. Propicias a cánceres. Vulnerables, generadoras y
multiplicadoras de machismo, simpatizantes de la cosificación de nuestros
cuerpos. Partidarias de ser lomos depositarios de valores, moldes de otras
generaciones de mexicanos enmascarados. Papel protagónico en la epístola matrimonial.
Mujer reproductora de acusaciones
y caretas. Reprobación y escándalo familiar ante la mujer cosmopolita que
decide no casarse: amasiato; o no tener hijos: machorra. Escándalos que se
traducen en verdaderos reclamos de tener
incrustadas las máscaras de la tradición, el orden y la moralidad.
Leer a Octavio Paz, me hace
recordar mucho esas canciones rancheras que presentan al macho enamorado, a la
mujer piadosa, y/o la contraparte, a la mujer burlesca del amor masculino y su
debilidad, vista como hipócrita, malvada y rapaz.
De ahí la evasión de una relación
sincera. Miedo al abandono, odia a sí mismo por ablandarse para con el otro. A
que el otro nos viole, más que conquistarnos. Y vuelta al placer de la
victimización.
Por otro lado, el mexicano se
disfraza también de patriota; tiene también la máscara solidaria, esa que
tiende la mano ante la desgracia del país vecino; orgulloso de sus artistas,
deportistas y científicos. Los mexicanos somos celosos, escribimos ensayos
sobre la identidad en los que nos enorgullecemos de nuestro patrimonio histórico. Nos jactamos de poseer una gran
riqueza cultural, aunque la gran mayoría resuma en tequila, tacos y
banderitas tricolor su nacionalismo.
El mexicano se educa, se
instruye, incluso se autoanaliza conforme las sociedades se van modernizando, y
nos hacemos conscientes de nuestras máscaras. No obstante, la esencia
permanece, exageramos en la mentira y caemos en la sinceridad; exageramos en la sinceridad y resolvemos en formas más refinadas de mentira
(parafraseando a Rodolfo Usigli).
Disimulamos todo, nuestra
naturaleza maligna y benigna. Transparentamos la presencia del otro, nos
ninguneamos. Nos inyectamos de soberbia, nos negamos, nos mimetizamos pero
permanecemos siendo nada.
No es fácil ser mexicano. Uno no
puede descansar a pierna suelta, nomás. Uno se anda cuidando de que no le pasen
por encima, aún por encima de su papel de pobre, de martirizado. Ser de este
devenir histórico y cultural; no todos conservamos los recuerdos, pero sí una
memoria ancestral que se deja ver en todas estas conductas sociales. México:
donde matamos a los héroes, para alzarles monumentos. México: tan faltos de
todo y tan llenos de máscaras.
Ya que nombras a Usigli, y con respecto a las máscaras, el dice algo que me gusta mucho: "Reímos a destiempo quizá porque todavía estamos fuera del tiempo, y no hemos llegado a llorar enteramente. Como en las fiestas de difuntos, nos saturamos de dolor, bailamos y comemos sobre las tumbas y nos desviamos del rostro por la máscara. Si lloramos, como en el caso de los divinos rostros bizantinos, exigimos que nuestras lágrimas sean de oro, con lo cual diluimos y perdemos la sal del llanto. Lágrimas con máscara. Risa con máscara."
ResponderEliminarQueremos más publicaciones!!!!!!!
ResponderEliminarexcelente, gracias por la publicación
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